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Cuando Diane Arbus traspasó el umbral del miedo

La fotografía de Diane Arbus (1923-1971) irrumpe, desgarra y entristece, pero también despierta manías: esa necesidad de revisar en la cotidianidad e interrogarse sobre lo verdaderamente monstruoso. Acercarse a sus obras, a sus frases, a ella, genera una experiencia similar a abrir y leer un diario: éste puede ser escalofriante pero, al fin y al cabo, muy íntimo.
Grisel Arveláez
[Publicado en El Papel Literario, El Nacional, 2014. Hoy con ligeras modificaciones de edición.]

Muchas veces he preferido acercarme al arte a través de aquellas figuras perturbadas, excéntricas. Me encanta hacerlo porque son los que no han temido someterse a situaciones vulnerables –o tal vez sí pero, por razones extrañas, no han detenido el impulso–: Vincent van Gogh, Frida Kahlo, Alberto Durero, Armando Reverón, Janis Joplin, Diane Arbus, Tamara Lempicka, Anaïs Nin, Francisco de Goya, etc. –Honestamente mi lista es muy grande–. Tan solo de ver o escuchar sus obras crispan el alma, sacuden el entendimiento y erizan la piel. Creo que todos buscamos algo así en el arte, o cuando descubrimos una experiencia parecida, se nos hace difícil desprendernos de sus creadores: se convierten en una extraña obsesión.

En estos personajes desgarradores, generalmente, la bisagra que separa la vida interior de la obra no está tan definida: cuando se juntan el desasosiego con lo excéntrico se activan monstruos. Uno de ellos ha apostado a abandonar la zona de confort y transitar caminos poco explorados pero que, inexorablemente, sienten que deben explorar. Y en frente estamos los espectadores, –sí, desde una posición cómoda– de observar aquellos movimientos del alma, aquellas pasiones internas: se nos enciende una luz voyerista. Pero en estos artistas hay un plus, un elemento especial: ese conjunto de sentimientos parten de lo real, no hay ficción, así que sus obras se convierten en casi un diario. 

En la mente Diane Arbus

Aunque Diane Arbus (1923-1971), esta icónica fotógrafa neoyorkina, sostuvo que “una fotografía es un secreto sobre un secreto, cuanto más te cuenta menos sabes”, ese elemento real para muchos de los que seguimos en este mundo, y que desde acá vemos con reitero sus fotografías, se sabe que ellas han nacido de los confines más profundos de ese ser y ese le otorga un sentido puro a su fotografía.

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Diane Arbus, Child with a toy hand grenade in Central Park, N.Y.C., 1962
[Fotografía Met Museum]

Ese reflejo de un secreto sobre secreto resguarda intimidad, y es allí cuando su fotografía se vivencia como un diario. «Creo realmente que hay cosas que nadie puede ver si yo no las fotografío». Y no queda más que darle la razón pues previo a su ojo, ningún fotógrafo se atrevió a tomar en cuenta a personas como el que vemos en Child with Toy Hand (1962). Al ver a este niño tragamos grueso, nos coloca en una situación de vulnerabilidad, sentimos pena; nos genera tristeza. 

Diane Arbus nació en un hogar provisto de privilegios, de familia judía, su padre tenía un próspero negocio en la Quinta Avenida, en Nueva York. Así que fue una niña sobreprotegida, a la que se dice la protegían incluso de lo que debía mirar. Y de allí más bien se le alimentó la manía de ver “lo otro”, lo extraño, lo prohibido.

Un ligero paso biográfico

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Por muchos años se dedicó a la fotografía de modas junto a su esposo, Allan Arbus, con quien sostuvo una relación desde los 14 años. Haciendo fotografías para revistas como Vogue, hicieron de este arte su fuente de ingreso y un bien en común.

La II Guerra Mundial estalló al poco tiempo y Allan fue reclutado. Dado que se había especializado en fotografía en el ejército, se le permitió convertirse en fotógrafo militar. Cuando todo terminó y pudo volver a casa, decidió que junto con su esposa haría de la fotografía en un proyecto de vida en común. Comenzaron trabajando para los padres de Diane, por encargo. Poco a poco su trabajo se fue infiltrando en importantes revistas como Vogue, Esquire y Harper´s Bazaar.

La pareja tuvo dos hijos, Amy y Doon Arbus, a pesar de que intentaba ser una madre normal, no lo lograba, pues sufría de depresiones severas y miedos internos que no podía controlar. El matrimonio tenía muchos problemas, así que decidieron cortar por lo sano y separarse.

Los Freaks de Diane Arbus

«Me encuentro en un hotel enorme, maravilloso, blanco, está ardiendo», escribe Arbus en un carnet donde anotaba sus sueños. «Es terriblemente hermoso. Me siento llena de gozo pero ansiosa y confusa y no consigo fotografiar (…) Quizá no pueda fotografiar si pongo algo a salvo, incluso mi cámara o yo misma».

Diane Arbus
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Diane se hartó de la monotonía de su trabajo fotográfico. En 1958 recibió clases de la austriaca, Lisette Model—quien tuvo la mayor influencia en el trabajo posterior de Arbus—. La profesora repetía una frase que Diane se tomaba muy en serio: «No pulsen el disparador hasta que el sujeto que enfocan les produzca un dolor en la boca del estómago».

También la llevó a ver la película Freaks de Tod Browning, misma que cautivó a Diane porque los monstruos no eran resultado de la imaginación, sino seres de carne y hueso: enanos, idiotas y contrahechos.

El vuelco rebelde

Para algunos Diane Arbus evoca a una figura cuyo arte tiende a expurgar la anormalidad. Pero ¿cuál anormalidad? Y he aquí quizás la pregunta clave para seguir su obra. Cuando Diane Arbus decidió traspasar los confines del miedo, del miedo a deslastrarse de seguridad, de firmeza, de estabilidad y decidió dejar que afloraran sus curiosidades, y que afloraran convertidas en imágenes fotográficas, se conoció a otra Diane, la Diane cuya obra se convirtió en su diario. 

Por sus paseos por los suburbios descubrió otra selva, una que le abrió las puertas a descubrir otros visores a fotografiar. Prostitutas, indigentes, personajes de circo.

Los freaks formaban ahora parte de su vida, de su pensamiento, y en su obra quedó sellada una pregunta, que de paso humaniza al ser, ¿qué es lo realmente anormal? Ese carácter subjetivo que tiene una aseveración creada a partir [sic.]

Su arte en sí mismo es un completo diario. Diane, a pesar de su famosa timidez, era una persona que necesitaba comunicarse.  

La etapa final de Diane Arbus

Finalizó su paso por esta vida cortándose las venas y previamente había ingerido barbitúricos. La noche anterior había ido a comer pollo con sus amigas Anita y Nancy. Tenía 48 años. Poco antes, y unas calles más abajo, Mark Rothko se había quitado la vida de la misma forma. Una muerte miserable. Al funeral sólo acudieron sus hijas, Doon y Amy, su ex marido, Allan Arbus, y algunos amigos, entre los que se encontraban Richard Avedon y Frederick Eberstadt.