Entre anécdotas y amistades cercanas
El siguiente texto fue publicado en 2014 en el catálogo de la 23° Feria Iberoamericana de Arte, Caracas, Venezuela. En ese evento, cuya curaduría compartí con María Luz Cárdenas, rendimos homenaje a la promotora venezolana. Hoy me uno a la celebración del centenario de su nacimiento, recordando esta investigación que hice y disfruté. Una vez más van mis agradecimientos a Ma. Luz Cárdena, Ana Pina Vicentinni y al equipo de la Galería D´Museo de esa época,por esta invitación.
“La palabra amistad es tan tremendamente transparente, tan tremendamente fina, que no se puede romper y es para siempre”
Sofía Imber
Cortesía El Nacional
A sus 90 años, esta periodista y promotora cultural venezolana atesora un recorrido inestimable por el escenario artístico y comunicacional de nuestro país; que no sólo ha sido y será citado, sino que además
ha dejado huellas en la construcción de nuestra cultura moderna.
Sofía Ímber (Soroca-Rumania, 1924) es este personaje. Una figura que se enlista entre los que, al vislumbrar el devenir histórico nacional, ofrece una trayectoria de ineludible repaso. Desde lo histórico y lo anecdótico, la mayoría de las letras que se le han dedicado celebran un itinerario por el mundo periodístico y cultural que comprueba un incansable trabajo de sol a sol. Por ende, nunca es tarde para seguir reconstruyendo sus pasos institucionales y desde el presente aportar registros escritos. Investigar y escribir sobre Sofía Imber, sin duda una mujer idealista, es percatarse del aluvión artístico que ha sido para Venezuela. De esta premisa surgen las siguientes páginas que intentan trazar un recorrido sobre la estrecha amistad que sostuvo con cuatro
figuras fundamentales para el desarrollo de nuestro arte moderno: Alejandro Otero, Jesús Soto, Carlos Cruz Diez y Pedro León Zapata.
Ellos, acompañados de un peregrinaje artístico que brillaba por su creatividad y por las labores de difusión y promoción –Miguel Arroyo, Alfredo Boulton, Carlos Raúl Villanueva, José Antonio Abreu, María Teresa Castillo, Roberto Guevara y, entre los artistas, Cornelis Zitman, Marisol, Francisco Narváez, Gego, Juan Félix Sánchez, Luisa Richter, Seka, Víctor Lucena, Alirio Rodríguez, Mateo Manaure, entre otros nombres no menos importantes e injustamente dejados por fuera en estas páginas–, son signo del arte y la cultura moderna de mediados del siglo XX venezolano.
Una promotora cultural en nuestras mañanas
Al recordar a la Sofía de esta época, surge una figura que no marchita en nuestras memorias porque proyectó un aspecto físico prácticamente invariable: rostro de mirada firme, estatura de 1.54 m. y de porte elegante, impecable cabello con reflejos dorados, siempre prefirió llevarlo corto, voz tenue y trémula. Mujer elocuente y con determinación. Exigente y de carácter combativo, fue protagonista de varias polémicas. Aguerrida. La tenacidad es algo que ella misma reconoce como una virtud: “Es que soy excesivamente exigente” –llegó a declarar en 1989 en una entrevista que le hiciera Miriam Freilich a El Nacional– “Tantos años en periodismo, tantos entrevistados, tanta compañía de Carlos Rangel, tantos libros leídos juntos, tanta gente inteligente…te obliga a pensar y a exigir más.”(1)
Su apego al reloj, detrás del cual residía una enorme capacidad y entrega para el trabajo, son ejes de su personalidad recapitulados al unísono por casi todas las notas biográficas que se le han intentado, y cultivadas en nuestras memorias desde las primeras apariciones en cámara con el programa Buenos días, que conducía junto a su esposo Carlos Rangel desde la década del setenta. Así pues una persona con semejante carácter –probablemente muchas veces debió estar guiado por la intuición, lo que habla de los dones con los que nació–, será recordada siempre como la fundadora y directora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, ese espacio que desde febrero de 1974 se posó como una altiva estructura de concreto en la zona de Bellas Artes, en Caracas, y que con el pasar del tiempo y la acumulación de experiencias artísticas se convirtiera en nuestro epicentro de arte: un emblema de nuestra capital cultural, templo del arte de primera línea, una casa del coleccionismo de vanguardia. Y lo dijo de manera muy atinada en 1988: “No tenemos nada que envidiarle a
los mejores museos del mundo.” (2)
Así, ¿cómo no acumularía historias de amistades con nuestros creadores? Fue, ante todo, reportera. En Buenos días ofreció un conjunto de entrevistas atesoradas aún, que narran y resguardan un interesante devenir cultural, político y social venezolano. En aquel set, entre sillas y cámaras, aparecieron personajes notorios como Arturo Uslar Pietri, Miguel Acosta Saignes, José Antonio Abreu, Camilo José Cela, Eunice Kennedy(hermana del presidente John Kennedy), el crítico de arte John Edwin Canaday, Dalai Lama, entre muchos otros. Y, por supuesto, cedió buena parte de este espacio a los artistas que promovía. Este trabajo lo alternaba con la labor de directora del MACC sabiendo establecer diálogos entre ambos ejercicios, y el éxito pudo deberse también a que tomó a aquella pinacoteca de la modernidad como un hijo más. “Denme un garaje y haré de él un museo”, dijo cuando el Centro Simón Bolívar le ofreció aquella pequeña sala y de a poco creó, formó y desarrolló la colección de arte moderno más importante de Latinoamérica. Los linderos de la curaduría ya le eran familiares desde los tempranos sesenta y setenta. En 1972 organizó junto a Carlos Rangel el Primer Salón de Pintura Venezolana, en la Midland Gallery, en Nottingham, Inglaterra. (3)
Alejandro Otero y Sofía Ímber
El programa Buenos días del 10 de agosto de 1977, lo abrió con esta contundente frase: “Me fascina que mis obsesiones sean los disidentes” y en ella entabló, junto a Carlos Rangel, una larga entrevista con Alejandro Otero (Edo. Bolívar, 1921- Caracas, 1990), entre tantas, pintor, escultor, y líder del grupo Los Disidentes. La amistad ya tenía tiempo de haber sido labrada, desde la década del cincuenta en que ella residía en Europa y, siendo esposa de Guillermo Meneses, escribía sobre artes para la prensa venezolana.
En la entrevista de 1977, la conversación derivó en los aportes que Alejandro Otero había dado a la abstracción y para el arte venezolano en general–. Esta ganadora de la Medalla Picasso otorgada por la Unesco (1967), sostuvo con ahínco durante aquel programa la alta capacidad del artista como escritor, como crítico de arte, sin dejar de lado su valioso aporte como escultor y pintor. Otero ya tenía más de tres décadas de trabajo: aquella época cuando expuso Las cafeteras en el MBA, cuando había generado polémica disidente, él ya era un personaje de nuestra plástica venezolana. Las enérgicas palabras de Ímber venían con un tono similar a la siguiente sentencia: “yo siempre he sostenido que tú eres el mejor crítico que ha tenido Venezuela.” Y no sonaban a simple adulación, ella sabía lo que le estaba diciendo, pero para un personaje de carácter tan tajante como Alejandro Otero solo le quedaba aceptar las sentencias, con modestia, incluso son desacuerdo.
Este artista comprometido con su contemporaneidad y con el devenir cultural de nuestro país, le retribuía el afecto. Para ejemplo léase lo que manifestó cuando se fundó el Museo de Arte de Coro: “En este espacio conmovedor del Museo, yo los exhorto a defender y prolongar este lugar. Este espacio no se parece a ningún otro, ni físicamente ni en su espíritu; es quizás el reto más estimulante que haya sido resuelto en Venezuela. Tenemos que protegerlo. Hay que pensar que estamos viviendo decepciones, quiero decir, de esfuerzos aparentemente aislados, pero cuya fuerza y proyección están llamados a proponernos[sic.] producir. Trabajemos en esa dirección, así está haciendo Sofía, digna de todo reconocimiento (…)” (3) Para Sofía, Alejandro Otero representaba especial sensibilidad artística, de afán investigado que incentivó la pesquisa de nuevos lenguajes. Para ella él fue: “la integración del conocimiento científico y el desarrollo tecnológico al alfabeto del arte”. Seguramente muchos coincidamos con ella.
Jesús Soto y Sofía Imber
El “bigotudo”, así le decía ella con profundo afecto. Era 1976, programa Sólo con Sofía, entrevista a Jesús Soto (Ciudad Bolívar, 1923-Paris, 2005). La introducción permite que hagamos lectura de la estrecha amistad que había entre ambos, y cómo Soto fue elemental para el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas: “No vamos a hablar de nada de eso [se refiere a la polémica sobre si los cinéticos eran considerados venezolanos o no], sino que vamos a hablar de un aspecto de Soto que todos ustedes me preguntan: ¿por qué nadie se ha atrevido a preguntárselo? Porque me saben amiga y admiradora de siempre, no solo de ahora sino de cuando empecé a dirigir la institución del Museo de Arte Contemporáneo, una de las razones era para darle un espacio a Soto. Ustedes saben que lo primero que hizo
en nuestro museo, que ustedes visitan y que espero lo visiten cada vez más, es el Espacio Soto, que se hizo gracias a la generosidad del Maestro Soto que nos regaló los diseños, y fueron los primeros Soto hechos en París.” (5) Ella lo conoció en su casa, en Ciudad Bolívar.
La indagación personal que Jesús Soto emprendió con tesón, dio como lugar a ese arte-ciencia que a tantos nos ha permitido “penetrar” en nuevos enfoques perceptuales. El hallazgo estético de Soto no pasaría desapercibido para Sofía Imber. Cuando se estaba gestionando la compra de obras para integrar la colección del MACC, ella hizo un viaje a Inglaterra buscando lo más actual, en medio de esa pesquisa tuvo la fortuna de encontrar en la galería Signal dos obras fundamentales de Jesús Soto. Las adquirió a precios muy módicos –las compró “como chatarras”, recuerda–. Al llegar a Venezuela, fueron restauradas, y terminaron siendo dos de las piezas más hermosas.
Carlos Cruz-Diez y Sofía Imber
—¿Cuántos hijos tienes?
—Tengo uno
—¡Qué bien! ¿Es ingeniero?
—No, no
—¿Médico?
—No
—¿Abogado?
—No, no
—¿Y qué es?
—Es artista
—¡Ah! –dijo la amiga con desilusión.
Con ironía y humor, Carlos Cruz Diez (Caracas, 1923) cuenta en el programa Lo de hoy, del 14 de agosto de 1974, esta anécdota que vivió su madre. Esas palabras pertenecen a una conversación sostenida entre la madre del maestro con una amiga quien le pregunta sobre la profesión de su hijo. El momento lo acota para manifestar cómo es difícil para muchos considerar el ser artista una profesión real, en tanto oficio poco conocido y para nada rentable. Puede que hoy no haya cambiado mucho la visión, pero en ese entresijo descansaba un detalle imposible de eludir: no se trataba de cualquier artista ese que no fue ni abogado, ni médico, ni ingeniero, se trataba de Carlos Cruz Diez, maestro estudioso del comportamiento del color y de la percepción.
En aquella entrevista Sofía Imber y Carlos Rangel destacan aquel momento en que Cruz Diez, habiendo ya cultivado una buena carrera en la gráfica, con 36 años, toma esta contundente decisión: “dejó todo, cuando estaba ganando un montón de plata para aquella época, estaba haciendo una excelente obra básica, y un día, ya teniendo hijos y mujer, se fue de Venezuela”. Se fue a París y perseguía un sueño: darle difusión al arte en que él estaba depositando toda su confianza.
La relación entre el maestro y Sofía comenzó como un reflejo de empatía entre curador y artista. Y aunque esta dinámica hoy no se queda allí, claro está ha ido más allá, convive enriquecida por la gracia
de los años, por las vivencias. Pero al remontarnos a 1967, ella, conocida como Sofía Meneses, fue comisario de Venezuela para la IX Bienal de Sao Paulo. Los artistas que nos representaron fueron: Carlos Cruz-Diez, Mario Abreu y Harry Abend. Y no pasaron desapercibidos en este espacio de confrontación internacional, declaraba Sofía a la prensa venezolana: “El premio otorgado a Carlos Cruz Diez no solamente es justo como obra individual, sino que dentro del conjunto expuesto de más de 1000 obras, sus fisicromías tuvieron una total y absoluta aceptación.”(6)
Para ella, “Carlos Cruz Diez demostró unas cualidades únicas”. No es de extrañarnos que ella, multifacética, inquieta, fundadora de la revista CAL (Crítica, Arte y Literatura), se convirtiera en una de las principales promotoras de este artista, aventurado a explorar y examinar las posibilidades del color desde una prueba del arte como ciencia, y de la ciencia como arte. Esa “impresión” de dinamismo y vibración en la luz-color que Cruz-Diez ha explotado al máximo para poner a prueba el acto de percepción visual y esa posibilidad de que la imagen derive como post-imagen en la retina, fue un recurso admirado por la periodista. Ella le reconoce ser un artista arriesgado (por el giro que dio a su vida), y ser un gran maestro pintor. “Yo creo que donde tú vivas, vives plenamente para la pintura, porque yo te conocí hace muchísimos años y ya vivías para la pintura y por la pintura”.
Pedro León Zapata y Sofía Imber
“Yo me voy en una nube rosada que me hizo Zapata”. A sus nietos les responde eso las veces que les ha embargado el pensamiento de adónde irá su abuela al momento de morir. Se irá en una nube rosa que conserva en su casa, es grande, y está pintada por Pedro León Zapata (La Grita, 1929). Para ella, él es la evocación de una mezcla explosiva: arte y humor. De su arte la satisfizo –y la satisface– ese poder de congregación que posee tras una caricatura en la que, a su vez, yacen valores plásticos. Es una facultad única la que tiene este
Premio Nacional de Artes Plásticas (1980).
Ese poder de congregación que tiene Zapata para la gente, es comentado por la promotora cultural en 1981, durante el programa Buenos días: “Una vez tuvimos nada menos que ´Todo el museo para Zapata´, donde más de 250.000 personas vinieron a ver esa exposición. Hubo un domingo en que había 20.000 personas en el museo y estaban las personas pegadas a los vidrios, montadas por
fuera, yo tenía inclusive miedo de que les pasara algo. Pero lo que me iba a hacer morir del corazón es que yo todas las noches trataba de ver cómo iba a ser esa exposición, porque Zapata enviaba sus cuadros materialmente para terminarlos en el momento de la exposición…”
De mirada crítica, Sofia Imber ha sido capaz de adentrarse en el universo plástico de cada artífice y reinterpretarlo y, que además, el público asiduo al museo tuviera otras lecturas desde las cuales
abordarlos. La exposición Todo el museo para Zapata fue un acto de convocatoria y de relectura de Zapata, así comenta: “No se puede separar el Zapata de las caricaturas del Zapata pintor, porque uno y
otro desembocan en un individuo perfectamente único. El de las caricaturas demuestra que sabe pintar, que dibuja como pintor. El de los cuadros no puede ni quiere abandonar el tono de sarcasmo y ataque
sin el cual nada serían los juegos de los colores de las sombras, de
los inventados tiempos que se deslizan sobre la tela.” (7)
En 1971 Sofia Imber se coronaba como la primera mujer en haber recibido el Premio Nacional de Periodismo. Hoy, en pleno 2014, la Universidad Católica Andrés Bello inauguró la Sala de Artes Sofía Imber, no solo para homenajearla sino para preservar su legado artístico y cultural. Además se le ha concedido la Medalla Páez de las Artes otorgada por el Fondo Venezolano Americano para las Artes. La entrega tendrá lugar en el David Rubenstein Atrium del Lincoln Center en Nueva York, en noviembre, con Carolina Herrera como anfitriona.
Hay varios hilos con los cuales tejer la tela biográfica de Sofía Imber. Intentar rescatar y registrar, de escribir, las interacciones entre los artistas y esta mujer que mereció el Premio Nacional de Artes Plástica (1987), la periodista, pero sobre todo la amiga, la colega del mundo del arte, surte una especie de otra historia, una audaz, quizás menos académica, y eso le da un toque particular desde donde evaluar varios aspectos de la cultura venezolana. Es difícil cerrar estas páginas sin evocar esa necesidad que surge de que Venezuela retome y reviva el momento en que las artes formaban parte fundamental del día a día, y que iban movidas por búsquedas estéticas e intelectuales de distintas naturalezas; estéticas que, además, estaban situando en altos lugares a nuestro país. Con el aporte de Sofia Imber a la cultura artística y comunicacional venezolana queda sellada una historia que no se borra, vivencias que se entrelazan, rostros, aportes y adelantos que no se olvidan.
REFERENCIAS
- Miriam Freilich, Sofia Imber, cara a cara. Yo soy un animal de mi trabajo,
publicado en El Nacional, 16 de abril de 1988, Caracas. - Ramón Darío Castillo, Sofía es del Museo de Arte Contemporáneo y de las
Bellas Artes, publicado en El Diario de Caracas, el 12 de enero de 1988. - Ídem
- Mariveni Rodríguez, Sofia Imber: la calidad es universal, publicado en
El Nacional, el 22 de febrero de 1990, Caracas. - S/A, Sofía Meneses: Venezuela y Argentina son los grandes potencias de
la plástica Latinoamericana, publicado en El Nacional, en 1967. - Sofia Imber escribe para el catálogo de la exposición Todo el museo para
Zapata, Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, 1975, pág. 32